EL MANDO A DISTANCIA
La llegada de la televisión, ha acabado con muchas cosas. La gente pasan las horas sentados ante la caja tonta, aguantando todo lo que por ella les llegue – incluyendo anuncios a mansalva, que al decir de algunos es lo mejor – y haciendo que el aparato, se convierta en el utensilio más importante del hogar.
En realidad las antiguas tertulias han desaparecido casi por completo, y ya nadie concibe sentarse a la mesa, sin que el locutor del telediario, o la serie rosa o deportiva que corresponda, deje de formar parte del círculo de comensales, cuyos comentarios giran todos siempre sobre lo que a través del aparato se dice.
No hace mucho, hablando con un amigo, me confesaba que en su casa estaban desolados, porque hacía ya más de una semana que se les había estropeado la televisión y aún no habían sabido solventar la avería. –Nos sentimos como si nos faltase alguien… me dijo realmente entristecido - y hay muchos momento, en que no sabemos ya ni que decirnos…
Además de esta ausencia de comunicación, la presencia del televisor, ha trastornado las relaciones de poder en los hogares, que de antiguo correspondían al padre o madre de familia, ya que ahora han pasado a depender de quien controle el mando a distancia por el que se gobierna el aparato, el cual impone su decisión a los demás, resolviendo con un golpe de tecla, lo que debe o no debe verse, lo cual lleva aparejado de rechazo, los únicos momentos en que la familia se interrelaciona, que son las inevitables discusiones acerca que es lo cada uno quiere visionar.
Pero la televisión - como todo- no es asumida de la misma forma por cada persona, ni cada quien entiende igual sus funciones ni posibilidades, y de ahí que a veces sucedan cosas como las que seguidamente narro.
En casa de Paco, tenían un único televisor en blanco y negro, de los primeros que se pusieron a la venta en el mercado, ante el cual se sentaban cada día, los ocho miembros de la familia - matrimonio y seis hijos - como hacemos todos los demás.
Inútiles habían sido cuantas insinuaciones y peticiones se hicieron a Paco, por parte de sus seis vástagos, para que de una vez por todas, cambiase el aparato por uno de color, ya que todos sus amigos los tenían hacía tiempo, y – además - decían, en ellos las cosas se ven diferentes a como se ven en blanco y negro.
Un día el vetusto mamotreto se averió y cuando acudió el técnico para repararlo, dio aviso a nuestro hombre de que del modelo en cuestión, ya no existían piezas y que, en caso de encontrarlas, nunca iba a quedar bien, porque la vejez de sus componentes era general y de no estropearse el cachivache por una cosa, lo haría por otra.
A regañadientes se dirigió- acompañado por una comisión de sus descendientes - a un gran almacén, para adquirir un nuevo aparato de televisión ya de color, lo que fue celebrado por todos, pues la familia entera – como ya dije -lo demandaba tiempo atrás.
Una vez examinados varios modelos, se decidió la comprar de uno de buen aspecto y precio acomodado, siendo informador por el dependiente de que – de quererlo con mando a distancia – el precio se encarecía en diez mil pesetas.
Paco, al que ya le había costado mucho cambiar el aparato, se negó en redondo a tal dispendio pese a la insistencia a coro de sus hijos, que no hacían sino manifestar las muchas ventajas, en cuanto a comodidad, que el accesorio suponía.
Ante la insistencia general argumentó inflexible: - Ni penséis en comprar ese artilugio. En primer lugar – aclaró - porque vale diez mil pesetas más, y en segundo, porque la comodidad no la veo por ningún lado.
- Mi hermana se compró uno - continuó explicando – y como lo tiene guardado en un cajón al lado del televisor, cada vez que cambian de canal, además de levantarte como antes, tienen que abrir y cerrar el cajón para cogerlo y luego guardarlo…¡ Ni pensarlo…!
Paco salió de la tienda con su moderno televisor y sin el mando a distancia, pues fueron inútiles cuantos esfuerzos familiares se hicieron para convencerle.
Miedo me da pensar, que hará nuestro hombre, o su hermana, si un día se cambian su atrotinado coche y la llave del nuevo, abre sus puertas a distancia…
J.M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)
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