EL PEGASO
En su carné de identidad se leía Luis Romeral, pero en el ámbito del instituto de Enseñanza media de Málaga, en donde desempeñaba el cargo de Jefe de Estudios, todo el alumnado le conocía como “el Pegaso” o “el pichi”, según partidarios de una u otra denominación.
Don Luis, que no llegaba a medir más allá de un metro cincuenta y cinco de estatura, debía su denominación de “el pichi”, a ir siempre tieso como un palo, en un inútil intento de aparentar una altura mayor de la que poseía, con lo cual su pose era característica y recordaba, cuando se desplazaba por el centro docente, la figura de un pájaro insectívoro de pequeña talla, que en mi tierra se conoce como “pichi”.
En cuanto a su otra denominación, la de “Pegaso”, era debida a que, cuando en su cometido de jefe de estudios, había de reconvenir el proceder de algún alumno, siempre entre frase y frase, dejaba escapar por la comisura de sus labios un ruido que recordaba con bastante exactitud, el que producía el frenado del antiguo camión de marca española. “Si vuelves a hacer eso….psssss…te fulmino”… era una de sus más preciadas expresiones.
No era de carácter, pese a su escasa estatura y regordeta complexión, de lo que estaba falto nuestro hombre, aunque – como decía el director Don Fulgencio – “Toda su fuerza se le iba por la boca”, frase que pronunciada por nuestro hombre con frecuencia en público - de manera inocente - despertaba al oírla la rechifla general del alumnado, ya que era precisamente la expulsión de aire al hablar, lo que le había valido a Don Luis, uno de sus dos apelativos.
No obstante lo dicho, el carácter de Don Luis quedaba primero frenado y después anulado, en presencia de su esposa Margarita. Bueno, quiero decir, Doña Margarita, y secretaria del centro docente, que tenía en posición de firmes desde el director, al último alumno recién llegado, pasando naturalmente por su esposo y jefe de estudios, usando para ello una mezcla de despotismo sin ilustración y un mal carácter congénito, ornado con un nada agraciado físico, que le daba aire de preceptora del siglo XIX.
Doña Margarita – que al margen de su mal talante - era experta en pólizas, instancias, recursos y otras papemas, entonces de fundamental valor, ejercía su tiránica influencia en todo el colegio, y en su presencia, el aire que Don Luis expelía con cada vocablo, perdía todo el gas en escasos segundos.
Nuestro hombre, mucho mayor que su esposa, seguía los dictados que esta marcaba en lo administrativo y docente, y por supuesto en todo lo personal, de forma que antes de tomar esta o aquella resolución, consultaba con la vista el gesto de aprobación o repudio de su costilla, a la que jamás osaba contrariar en público y - por lo columbrado - aún menos en privado.
Según me contaron, el día de la jubilación de “el pichi”, se le hizo un modesto acto de despedida, acorde con la capacidad económica de la época, en la que un alumno le entregó un libro, primorosamente encintado, con la firma de todos - tanto alumnos como profesores - en recuerdo de su paso por el centro.
Como cierre del acto, estaba previsto cantar el “Gaudeamus Igitur”, himno universal de los estudiantes, cuya letra casi nadie conoce, y que aunque sus primeras estrofas todos corean, quedan al final del epinicio, una o dos voces - a lo sumo – salmodiando el cántico.
Cuando empezaba a decrecer el número de corifeos, y sustituyendo – con ventaja - la cantata de estos, un clamor cada vez mayor salió de los alumnos formados en el patio para la ocasión, que acalló a los cantores del himno, y que - con tonillo de charanga - decía:
Que bonito el instituto,
visto desde un aeroplano,
Que bonito es ver caer,
veinte bombas sobre él,
y dejarlo todo plano.
Rodeado de cañones,
y de fusiles también,
con “el pichi” solo dentro,
y nosotros fuera de él.
Mientras doña Margarita, presa de un síncope, acababa casi desmayada en los solícitos brazos del director Don Fulgencio, “el Pegaso” expelía sin cesar aire por las comisuras de sus labios, sin saber exactamente a quien dirigir su correctivo.
Al final el asunto se saldó – una vez concluido el monumental escándalo - con una falta colectiva de orden, y el consiguiente aviso a los padres.
En aquella época – mediados del siglo pasado - las bromas de este calibre- gamberradas en lenguaje oficial- eran delitos de lesa patria.
J.M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)
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