lunes, 30 de mayo de 2016

Juanico

 

En casi todos los pueblos existe, o ha existido en alguna ocasión, alguien como Juanico.

Era huérfano de padre y madre, no demasiado inteligente, de entre diecinueve y veintidós años de edad - él no tuvo nunca demasiado claro ese dato - y vivía en una casucha abandonada de las afueras de la población, sustentándose con el producto que obtenía por los trabajos que - hora aquí, hora allá - le encargaban los vecinos de lugar, por  poco más que la comida.

Juanico, les pertenecía un poco a todos, aunque nadie se ocupara jamás de él. Era fácil verle vagar por las calles del pueblo a cualquier hora del día o de la noche, vistiendo unas ropas casi siempre inadecuadas para la estación del año en que se estuviese.

Podía llevar pantalones de invierno en verano o a la inversa, dependiendo siempre de lo que la gente le hubiese dado, pero fuese cual fuese su atuendo, este presentaba siempre una constante, iba remendado en una o varias de sus partes con trozos de tela de los más diversos colores, lo que le daba siempre un inconfundible y pintoresco aspecto.

No obstante, Juanico, pese a su soledad, su desamparo y su miseria, igual que un perro sin amo, se acercaba a todos con una sonrisa en sus labios, como si fuese la persona más feliz del mundo, sonrisa que a veces se trocaba en carcajada delirante y contagiosa para los que le oían.

Yo no me atrevería a decir que Juanico era tonto, o por lo menos no era tonto en el sentido literal de la palabra. Más bien creo que era un pobre de espíritu, un débil de carácter o cuando más, un tonto inducido, ese tonto que cada pueblo construye a su medida y que no es, en el fondo sino la suma de las frustraciones de todos los habitantes del lugar, que se consuelan de su propia miseria y pequeñez viendo a alguien al que creen más miserable y pequeño que ellos.

No, Juanico no era tonto, porque a veces tenía rasgos de auténtica genialidad, como el que aquí glosamos.

Cierto día, que como siempre andaba de la plaza de arriba a la de abajo, con las manos en los bolsillos buscando algo que hacer, o a alguien con quien hablar, descubrió abandonada sobre los adoquines de la calle, una reluciente moneda de plata de los denominados “duros amadeos”, por haber sido la efigie del rey Amadeo I  de Saboya la que figuraba en su primera acuñación.

Juanico, que casi nunca en su vida había tenido ni una peseta, recogió la moneda, y tras guardarla cuidadosamente en su bolsillo, comenzó a cavilar sobre lo que haría con tanto dinero.

Calle abajo, se hallaba la confitería del pueblo, con su escaparate lleno a rebosar de tartas, dulces y golosinas y pegado al cristal, como en otras ocasiones, se quedó Juanico, aunque esta vez a diferencia de lo que hacía siempre, realizando planes, sobre cuantos dulces podría tomar con el capital que tenía.

Habían pasado ya más de quince minutos, de idas y venidas frente al cristal, y de pararse a mirar delante de la puerta de la tienda y Juanico no acababa de decidirse, pues aunque los dulces le atraían, rondaban por su cabeza otras intenciones sobre a que dedicar su fortuna, y a pesar de que el olorcillo del horno le embriagaba y le mantenía prendido al lugar como sujeto por un hilo invisible, seguía dudando si entrar o no.

El confitero, que como todos conocía a Juanico, viéndole pasar y repasar la calle una y otra vez, se asomó a la puerta del establecimiento, y con ánimo de burlarse del infeliz le dijo:

-Juanico, ¿sabes una cosa...? el olor también se paga.
   
Nuestro hombre, se quedó mirando fijamente al tendero, que desde el quicio de la puerta le observaba con una burlona sonrisa, y tras unos instantes de duda, arrojó al suelo la moneda de plata que llevaba, que tras rebotar sobre el empedrado con un ruido metálico, volvió a sus manos, y sujetándola de nuevo con fuerza, le contestó:

- Pues cóbrate con el sonio.

Y después de esto, introdujo sus manos en los remendados pantalones, y lanzando una estridente carcajada, echó a correr calle abajo, dejando a la vez perplejo y desconcertado al pastelero.

J.M. Hidalgo  (Historias de Gente Singular)

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