jueves, 19 de mayo de 2016

El sudaca


Los policías somos - y conste que me cuesta trabajo reconocerlo - monográficos en nuestros diálogos. Siempre que dos o más del gremio se reúnen, afloran casi como únicos temas de conversación, el hablar de la vida y milagros de los delincuentes, o de las de otros policías. Hoy, amigo lector, con la deliberada intención de ser tópico, te voy a contar - imaginándome que hablo con un colega - una historia de los primeros.

Antes, no obstante, se me ocurre una reflexión, a cuenta del título de este relato, y es que - siendo sincero - nunca he llegado a entender bien, como es que, si a los habitantes del cono sur del continente americano, se les denomina despectivamente “sudacas”, no suceda lo mismo con los que viven en el hemisferio norte, a los que en lugar de llamarles “nordacas” - como sería lo lógico - se les conoce, en cambio, por norteamericanos.

Aunque, pensándolo bien, la pregunta se responde sola, ya que las dominaciones tienen - como siempre - connotaciones derivadas del dinero y del poder, y los pobres, suelen ser siempre mucho más despiadados, en el trato hacia los otros pobres, que el que acostumbran emplear, al referirse a los ricos.

Esta es pues, la historia de un “sudaca”- empleando un término de argot - de aquellos que llegaron a nuestro país, hace ya unos años, cuando casi todo el sur, del continente americano, era, sin apenas distinción de países, una interminable dictadura militar.

Corrían malos tiempos en Sudamérica, para el que no se sometiese, sin reservas, al peso de la bota castrense, y por ese motivo, salieron de allí - cada cual como pudo - desde intelectuales hasta analfabetos, buscando en su huida, en muchos casos, salvar algo tan esencial, como la vida misma.

Confundido con estos, desembarcó un día en Barcelona, en un vuelo de Aerolíneas, huyendo de la policía argentina - su país natal - Nazario, nuestro héroe en esta historia. Nazario, respondía - en principio - al perfil del perseguido, ya que era buscado, por los cuerpos policiales de, al menos, seis ciudades, si bien que indagando un poco en las causas de su búsqueda, estas eran algo distintas a las políticas.

Su profesión, era la de “cartero” (1) - aunque en su vida había llevado una carta a nadie - y lo que en realidad daba nombre a su oficio, era la tendencia que, desde siempre había sentido, por la posesión de las billeteras de sus otros conciudadanos, a los que solía, con bastante facilidad, aligerar en su peso.

Como ya habrás adivinado, paciente lector, Nazario era un delincuente, pero no vulgar, sino que en el arte de la “cartería”, se hallaba catalogado como un auténtico virtuoso. Poco tardó en ser advertida su presencia en la ciudad, pues una tarde de invierno, y en menos de treinta minutos, desposeyó de cuanto tenían, a una veintena de ciudadanos, en el metropolitano de Barcelona.

La inmediata avalancha de denuncias en Comisaría, evidenció la llegada, de un nuevo y brillante “tomador del dos”, (2) y supuso, para nuestro hombre, el que en tan solo una semana de estancia, se sumase a su búsqueda, un cuerpo de policía del viejo continente, a los que ya lo hacían - desde hacía tiempo - afanosamente en el nuevo.

No duró mucho, la alegre vida de Nazario, pues, cuando pocos días más tarde deslizaba sus hábiles manos, bajo la americana de una presunta víctima, no pudo volver a retirarlas, al quedar prendidas en un par de esposas, de las usadas por la policía, para reducir a los delincuentes.

-¡Quedas detenido!
, dijo rotundo él - en apariencia descuidado ciudadano - mientras exhibía en una mano la dorada insignia de agente del orden, y le asía fuertemente de un brazo con la otra. Nazario no se resistió lo más mínimo, estando - como estaba - acostumbrado a situaciones similares, con la ventaja añadida, de que en la “madre patria”, se respetaban los derechos y, que a todo lo más - pensó - en dos o tres meses, volvería a estar de nuevo en libertad.

-¡El siguiente!
gritó enérgico, un agente de baja estatura y nerviosos ademanes, desde la puerta de la celda de la comisaría, en que Nazario compartía alojamiento, con homosexuales, atracadores y drogadictos, en espera de ser “fichado”.¡A ver tú, uruguayo, que ahora te toca a ti…!.

Al oír la frase, nuestro personaje, con fuerte acento porteño, espetó al policía.
-¡Escuchàme vos, boludo, (3) yo no sòs uruguayo, yo sòs argentino, ¿sabès…?!
-¡Es lo mismo -terció el agente - sal de una vez, que tenemos prisa!.

-¡De ninguna manera es igual
- protestó nuestro hombre, mientras agregaba -    ¿Sabès vòs la diferensia entre un argentino y un uruguayo ? ¿Desìme, la sabès…? Y sin esperar respuesta continuó:- Escuchàmela pues... El policía, con gesto resignado, cruzó los brazos sobre el pecho y se dispuso a oír la historia.

-Miràme, esta es la diferensia
- comenzó - si  vos mezclàs, un poco de español, un poco de indio, un poco de moro y un poco de mierda…  tenès un argentino… Tras un deliberado silencio, continuó: - Pero si te pasàs en la mierda, … entonses, tenès  un uruguayo - concluyó - ante la carcajada del agente.

Puedes creerme, amigo lector, que tan solo un mes más tarde, volví a oír la anécdota, pero en  esta ocasión de labios de un ciudadano del otro país ribereño del Río de la Plata y, como bien habrás supuesto, aunque la historia de la mezcla fue la misma, el resultado final resultó - no obstante - el contrario.

Yo no he compartido nunca, la opinión de ninguno de ellos.

J.M Hidalgo (Historias de Gente Singular)

VOCABULARIO
1)  Cartero - carterista, ladrón de carteras
2)  Tomador del dos - el que roba carteras usando solo dos dedos.
3)   Boludo - Tonto, lelo (voz argentina)


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